Siglo Ñ

Alejandro Colliard
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Me dormí pensando en que tener sexo en una cama elástica, en medio de las piruetas aéreas, superaría cualquier destreza acrobática. Como si hubiese sido inventando por un dios maligno, enemigo del sexo, un demiurgo a la manera de los gnósticos. O un dios chistoso. Bien, algo de eso hay en Siglo Ñ. Creo que me excedí en la libación nocturna de ron Barbancourt, traído de contrabando desde Haití, por mi Houngan, sacerdote vudú de cabecera, o en la cantidad de gotas de tintura madre de Adormidera que le agregué. Tal vez el aire de las montañas afganas trajera esta noche una de esas tormentas invisibles, cargada de presagios, como diría una mala novela. La cosa es que pasé una noche agitada, también como leeríamos en una narración, pésima, que intentara parafrasear el principio de La metamorfosis. Dormí sintiendo el cuerpo dolorido y pesado, sin la liviandad del sueño y la mente divagando. Esto es coherente con mi situación, ya que me encuentro en el supersecreto hospital psiquiátrico de la NSA, en Afganistán, donde gozo de total libertad, debido a que el tratamiento consiste en control mental por microondas, sin drogas ni contención. Sé que hice mal en divulgar que Obama había sido reemplazado por la Raza Sauria, que dominará el planeta, al igual que Putín, y que existen grandes posibilidades de que Cristina y el nuevo Papa también lo hayan sido, pero no pude evitarlo. La información debe ser libre. En mi viaje onírico parecía hallarme en un gigantesco set de filmación, como si fuera Cinecittá de la época de Fellini ya que creía divisar a lo lejos algunos payasos corriendo y una estructura que podía ser una feria o un circo. De pronto me vi en medio de una manifestación. Por su socarronería grosera advertí que se trataba de argentinos. Aclamaban a un anciano de lentes, coreando “¡AGUANTE BARREDA BARREDA PRESIDENTE TE DEJA SIN UN DIENTE!”. El personaje me vio. Apuntó un rifle hacia mí, diciendo “NECESITAS UN TRATAMIENTO”. Corrí para salvar mi vida. Ahora estaba en una zona urbana. Un barrio marginal, sin duda, ya que una mujer monstruosa salió de un zaguán y comenzó a perseguirme. Era gorda, como inflándose y desinflándose, alcanzó a tocarme y entonces sentí que la energía partía de mí; quizá deseara morderme o devorarme. Volví a correr y me salvó un laberinto de espejos en el que entré. Me perdí un poco, ya que la imagen que me devolvían los espejos distorsionados era a veces la de un viejo gordo, panzón, atado y aterrorizado, y otras la de un hombre joven encapuchado que se disponía a hacerle algo para nada bueno al otro. Las imágenes se fusionaban, al igual que los sentimientos, y narraban con sangre horribles crímenes y una venganza que no satisfaría, como si ambos fueran partes rotas de una misma experiencia. Pude salir y estaba, sí, en una especie de convención circense, ya que todos iban de payasos, excepto un grupo grande que vestía como mimo. Había heridos o lo simulaban, sangraban con sangre muy roja, como la del cine, o también con sangre de colores. Nuevamente me vieron y exclamaron “¡Ese va sin maquillaje!”. Tres payasos grandotes se me acercaron y me arrojaron serpentinas que me asfixiaban, mientras uno me soplaba con una cornetita de papel. Caí en medio de un charco de sangre dorada, lamentándome por mi remera de Los Simpson agujereada, aunque mi último pensamiento fue que así machada de dorado y con orificios todavía se podía vender. Desperté al fin; extendí mi mano derecha hacia la mesita de luz, donde me esperaba la bebida energizante con toques de tequila, más el modanifilo, el metilfenidato, la cafeína y la maca. Entonces recordé todo. Mi amigo Alejandro Colliard me había dedicado su último libro, Siglo Ñ. Lo había leído. Una confusión de los personajes de Colliard había asaltado mi sueño. La cualidad de la metáfora siniestra es la esencia de la escritura de Alejandro. Como un inocente correo electrónico que es abierto con confianza por sus sencillas palabras y que luego explota dentro de nuestro sistema. Su narrativa no es complaciente, como dirían los críticos que usan lugares comunes, es inquietante, como también aplicarían los mismos críticos. Colliard se aleja del mainstream editorial y de los mundillos literarios para inscribirse en la línea de grandes escritores en español que han sabido narrar con su propia voz, extraña a veces. No quiero comparar sino solo indicar una pertenencia que va desde Wilcock, o Lamborguini, a Bellatin, o Enriquez, o Schweblin en la actualidad. Algo así como la diferencia entre David Lynch y Cameron, pongamos. Casi no quisiera contar nada sobre Siglo Ñ, ya que cada párrafo, como un artefacto de pirotecnia cronometrado, va disparando sentidos, alusiones...bromas. Confieso que nunca me gustaron los circos. Ni los payasos. Parece que lo más siniestro del sentido acechara ahí en lo cotidiano. Un MacDonald de lo perverso. En la novela de Colliard, debo advertirlo, HAY PAYASOS. DEMASIADOS. TODOS LO SOMOS. El Universo, el hombre, la m...
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105 Pages

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