Yolanda Pantin Como muchos poetas de la generación de 1978, los orígenes
literarios de Yolanda Pantin (1954) responden a instancias
grupales. Sin embargo, no deben de extenderse hasta el
campo de las influencias o hasta la sospecha de intereses
estéticos compartidos, porque si algo ha caracterizado su
poesía es esa condición de voz solitaria, personalísima,
esquiva a caracterizaciones. Su apuesta discursiva no sólo se
erige como vanguardia de este vasto movimiento, sino que
también lo expande a límites inconcebibles por su carácter
cuestionador, descreído y crítico.
El apetito de desmontaje de la propia operación poética
recorre toda su expresión hasta volverla simulacro, ensayo
reiterativo, esgrima solitaria. El verso crece sobre su propia
ruina, como yerbajos aislados entre las estatuas caídas. De
filiación aparentemente nómada, el verso de Pantin apuesta
en el fondo a la sedentarización: congelar la búsqueda
expresiva cuando alguna revelación lo requiere.
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