El entierro de Cortijo

Mucho nos dicen de sí mismos los pueblos en la forma que entierran a sus muertos. En esta crónica sobre el entierro de Rafael Cortijo, el rito se combina con la sorpresa, lo esperado con lo inesperado, el respeto con el espíritu jacarandoso. La quietud acentuada del cuerpo del “último de los grandes pleneros”, parece ser la piedra mágica que amarra los movimientos. La vida fluye por cada palabra a borbotones. ¡Extraña fiesta de despedida y tributo, de dolor siempre trepando por la música, que rinde un pueblo a uno de sus intérpretes geniales! A pesar de la trágica inclinación hacia el olvido que se manifiesta en nuestra historia, la prosa de Edgardo Rodríguez Juliá está penetrada de memoria. El presente cuando parece más inmediato se agrieta y deja ver sus interioridades, con todo lo que cargan de grotesco o enaltecedor. Puede decirse que el libro está cruzado por una ironía que no fue al entierro, sino al desentierro, que pone un velo sobre las cosas al mismo tiempo que lo quita, dejando la realidad más desnuda, más al descubierto. El último encuentro, humilde y majestuoso, de los capitanes de la mandinga –Cortijo y Maelo–, quedará vivo para siempre. Rodríguez Juliá escribe en estas páginas uno de los poemas de amor más hermosos de nuestra literatura, un poema sobre la desesperación de la ternura.